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Aracataca: en búsqueda de Macondo ¿O de mis raíces?

No sé muy bien si mi deseo de ir a Aracataca nació por ser el pueblo donde nació Gabriel García Márquez y que lo inspiró a plasmar el realismo mágico que envuelve sus grandes obras, o por ser el pueblo que vio nacer a mi abuela materna quien me inspiró de una u otra forma, a cristalizar mis viajes con palabras.

Antes del mediodía el bus que tomé en la ciudad de Santa Marta me deja en medio de la carretera. Me bajé pidiendo las indicaciones para llegar a «la Casa Museo de Gabo» y después de varios intentos fallidos de un hombre intentando persuadirme para llevarme en su moto-taxi, caminé teniendo como único compañero el inclemente sol.

Miro a mi derecha y veo una escena que me saca una sonrisa. Un par de niñas juegan a «quién toque de última el agua, pierde», y se tiran con todo y ropa a un canal que pasa por debajo de la calle. Se respira demasiada tranquilidad, como si parte del tiempo se hubiera detenido.

Veo a un grupo de mujeres sentadas en una terraza sobre butacas de madera pintándose las uñas y con grandes rulos en las cabezas. La coquetería en esta región no se pierde ni en el peor de los casos, no importa la hora y al parecer tampoco el calor.

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Voy pidiendo indicaciones cada dos o tres cuadras. Me preguntan si soy colombiana

-Sí, lo soy. Respondo con una sonrisa

Me devuelven el gesto.

Era evidente que no muchos viajeros colombianos llegan por estas tierras, aunque me sonríen, en sus rostros se nota la extrañeza y curiosidad de ver a una compatriota (especialmente costeña) por aquí.

Atravieso los rieles del tren que atraviesan todo el pueblo y veo la estación. Grande y de un blanco intachable. Es difícil no imaginarse cómo debió haber sido en la época, cuando el tren transportaba familias y amigos procedentes de otras ciudades de la costa Caribe y el interior del país, además de algunos productos comestibles. Hoy, veo personas sentadas en la estación, pero no esperan a nadie. Ahora el tren solo lleva carbón de la mina de La Loma, Cesar, hasta el puerto de Ciénaga, Magdalena.

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El calor no afloja y se hace evidente la falta de brisa. Aunque esto no es excusa para que yo siga caminando. Al rato llego a la Casa Museo donde nació y vivió Gabriel García Márquez hasta los 9 años de edad. Aunque a decir verdad, se nota a leguas que es una réplica de la casa antigua. Su olor a nuevo, la construcción medio acartonada y tan pulcra, le quitan un poco lo real y mágico del lugar.

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El abuelo de Gabo fabricaba pescaditos de oro. Luego serían los pescaditos del Coronel Aurliano Buendía, uno de los grandes personajes creados por el autor.

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Esto simplemente ¡Me encantó!

Si no hubiera sido porque Nayeth (una guía voluntaria de tan solo 15 años) nos hace el recorrido explicándonos la historia detrás de cada objeto y habitación, para mí, hubiera sido solamente cuadros del autor con frases de sus obras colgadas en las paredes.

Veo mariposas amarillas de icopor que adornan las zonas verdes.

-Las verdaderas viene poco, cada vez se ven menos. Me dice Nayeth.

¡Lástima!

En una de las paredes cuelga una frase que me recordó a mi abuela: «la importancia del abuelo de Gabo, marcó su vida».

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El escritorio del abuelo de Gabo, quien tuvo una gran influencia en la vida del autor.

La mía también y ella, al igual que el autor también nació en Aracataca. Al final del recorrido, siento que es mi deber saber dónde nació mi abuela. La llamo para contarle lo que quiero hacer y ella me dice que no se acuerda de nada. Le suplico que me de pistas.

Lo único que obtengo es el nombre del parque que estaba enfrente de su casa y el de un primo de ella que aun vive en el pueblo.

Nayeth escucha la conversación y me dice que el primo de mi abuela es el bibliotecario del pueblo. Le pido indicaciones para llegar y me despido de esa adolescente delgada e inteligente con quien ya llevaba varios minutos hablando.

 Un hombre de tez blanca, pelo canoso y delgado me da la bienvenida. Le comento quién soy y qué hago acá. Se impresiona al verme y hablamos un buen rato.

Ese día, llegué a Aracataca con la utopía de ver en sus calles la magia y desventura de los Buendía o los pescaditos de oro del Coronel Aureliano Buendía o incluso ver alguna mariposa amarilla revoloteando por ahí, ¿Por qué no? Pero en cambio, terminé con el deseo de recorrerlo siguiendo las pistas que me llevaran a conocer la casa donde mi abuela nació. Ella, la primera que me alentó a comprarme un diario para anotar todo y de quien disfruto las historias de viajes relatadas en cientos de líneas de diferentes cuadernos, completados en varios lugares de Europa y Medio Oriente. Así como el abuelo de Gabo, quien lo puso en contacto con los libros y la lectura.

Mi deseo me llevó a varias situaciones y lugares que no tenía planeado visitar. Cada paso se fue conviertiendo en una pista que me llevaba a otro. Una conversación con el primo bibliotecario, me llevó a una «placita de los perros» en donde me encuentro con una estatua de la Vírgen María sosteniendo al Niño Jesús, a un grupo de hombres esperando turno para ser motilados o rasurados, sobre una silla de metal reclinable que reposa en la mitad del parque. Por ningún lado veo perros.

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Todos me voltean a mirar y me saludan.

Pregunto por qué se llama el Parque de los perros si no hay ninguno.

Me dicen que eran épocas de antes, ya no hay «ricachones» que saquen a pasear a sus perros en este parque.

La pregunta que más me abre puertas cuando viajo, es formulada por uno de ellos.

Vengo sola, les digo. Soy de Valledupar y estoy buscando la casa donde nació mi abuela.

Un mundo de posibilidades o más bien de causalidades se me acaba de abrir.

El más viejo de todos indaga nombres, apellidos y edad de «la matrona». Empieza a atar cabos y me dice que lo espere cinco minutos, que quiere mostrarme una foto.

Me siento en una de las bancas de cemento mientras un cliente espera en la silla negra. La máquina de cortar cabello empieza a sonar. Se mira en un espejo que reposa en el piso, el cual es sostenido por una de las bancas. Me causa gracia el salón de belleza callejero, ¿Acaso olvido que estoy en el país del realismo mágico?

El hombre regresa. En su mano sostiene una foto envuelta en una bolsa de plástico transparente. La saca con mucho cuidado, es muy antigua.

-En esta foto estoy yo en este parque cuando era joven (suenan burlas y risas porque era flaco y tenía pelo en ese entonces), lo que está acá atrás, es la casa donde probablemente nació tu abuela.

La tomo con las dos manos y veo una casa antigua de palos y bahereque. Ahora en su lugar hay una de cemento y bien pintada.

Me deja tomarle fotos con mi cámara. Todos los clientes se interesan y empiezan a opinar. Recuerdo que antes había un palo de corozo, decía otro señor. Ya nada de eso existe.

Yo siento mucha nostalgia y alegría, tal vez por estar pisando el mismo lugar donde mi abuela jugaba cuando era niña. Es una felicidad que sólo yo puedo entender.

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Con alguno de ellos, después de tomarnos la botella de gaseosa y antes de irme.

Me siento con ellos en la «peluquería del barrio» y me invitan a tomar gaseosa y a comer snacks. Una o dos horas después, les agradezco y me voy. Es hora de conocer la Iglesia y la casa del telegrafista.

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La iglesia donde bautizaron a Gabo y a mi abuela

En la Casa del Telegrafista trabajó el papá de Gabo durante varios años y fue el lugar donde se inspiró para escribir El Amor en los tiempos del Cólera. Hago algunas fotos, leo, hablo con la guía, hago mi donación en la cajita respectiva y me voy.

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En la casa del Telegrafista se encuentra esta estatua en honor a Tranquilina Iguarán, la abuela de Gabo.

Aracataca fue testigo del nacimiento de uno de los escritores más importantes en la historia y también de una de las personas más importantes de mi vida. Se vale viajar para conocer tus raíces y empaparte de tu propio mundo.

Me marcho sintiendo una inmensa ternura y un profundo amor por mi abuela Tomasita, quien al igual que el abuelo de Gabo, (fue) es una de las personas más importantes en su vida.


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Lina Maestre
Lina Maestre
Soy Lina. Viajera, creadora de contenido, autora y emprendedora. Soy la que escribe, toma fotos y edita este blog. Nací en Colombia y he viajado en solitario y en pareja por más de 40 países. Soy autora del libro El Arte de viajar sola y la creadora de Ellas por el Mundo (una agencia de viajes para mujeres). Acá encontrarás relatos de viajes, consejos y guías de destinos e inspiración para tus viajes. Puedes ver mi día a día a través de Instagram.

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