Desafiando al Océano Pacífico | Patoneando Blog de viajes
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Desafiando al Océano Pacífico

El viaje empieza en Buenaventura, el puerto marítimo más destacado sobre el Océano Pacífico y el más  importante de Colombia. Zarpamos un poco después del medio día, con el sol inclemente a nuestras espaldas. El barco debía zarpar a las nueve de la mañana, pero entre el revoloteo de los tripulantes subiendo la mercancía y la espera de la limpieza de los camarotes, partimos cuatro horas después de lo estipulado. Nada debería sorprenderme en el país del realismo mágico. 

Mi viaje por Sudamérica debía empezar en Bahía Solano, en el departamento del Chocó, a orillas del Pacífico. Me había comprometido para hacer un voluntariado durante varias semanas.

Mi meta: ver las ballenas jorobadas y aprender sobre la conservación de tortugas marinas.

No deseaba tomar avión y no hay carretera que comunique a Bahía Solano con el resto del país. Mar y aire son las únicas opciones. En época de ballenas, ambos se salían de mi presupuesto mochilero.

Llegué a Buenaventura desde Cali en el auto de Jenny, a quien había conocido a través de Couchsurfing y me abrió las puertas de su casa mientras yo conseguía la manera de llegar a Bahía sin gastar mucho dinero. Por azares del destino no había podido llegar a tiempo y no deseaba quedar mal con el voluntariado. Fue ese mismo destino el que permitió que Jenny, una mujer con tanta energía positiva como para regalar y soñadora con los ojos bien abiertos, me guiara y me acompañara al muelle no turístico de Buenaventura -El Piñal- para tentar mi suerte.

Siempre he creído que cuando uno desea algo con todas sus fuerzas y emana toda su energía hacia ese objetivo, el universo conspirará a tu favor. Con Jenny caminamos todo el muelle preguntando por un descuento al precio del pasaje (150.000 pesos, unos 50 usd), pero todas las respuestas eran negativas.

Caminábamos entre madera, barro, charcos, talleres de llantas, negocios de comida callejera, ventas de pescado, oficinas de transporte marítimo y nada de nada.

Como última opción, fuimos a la empresa de Don Oscar, un hombre conocido en el medio por su honradez y su infatigable trabajo.

-Si él nos dice que no, ya no hay nada que hacer. Me dice Jenny un poco desmotivada.

Cada paso se hacía más largo, cada pisada dejaba de ser más liviana para convertirse en una carga llena de preguntas y de excusas creíbles en caso de no poder llegar a mi compromiso.

Lo divisamos a lo lejos. Un hombre robusto y moreno. Mi corazón se acelera.

Lo saludamos, y sin yo esperarlo, Jenny inmediatamente empieza a contarle que yo era una «reportera» y bloggera  de viajes que iba a hacer un reportaje y un voluntariado en Bahía Solano, pero que nadie me pagaba por lo que hacía (aquí acertó 100%) y necesitaba una ayuda para comprar un pasaje más barato y poder llegar.

Dos Oscar cruzó los brazos, me miró y me preguntó qué ganaba él con llevarme.

Le hablé de mi blog, de las redes sociales e incluso de escribir sobre su empresa en varios medios de comunicación.

El me miró de manera incrédula y en ese instante fue interrumpido por una llamada

-Que me diga sí o no.. ¡Pero que hable ya!

Regresa a mi.

-A mi no me interesa publicidad, al contrario, tengo que bajarle al ritmo del trabajo porque hay mucho..

Listo, apague y vámonos, me dije a mí misma con cara de decepción

…Pero, me atrae su trabajo y yo la quiero ayudar. La llevamos y la traemos sin ningún costo.

-?¡¡?!!!

No supe ni qué responder. ¿Un gracias sería suficiente? ¿Es posible tanta amabilidad sin dinero de por medio? Este mundo no está tan podrido como muchos me dicen. Aún hay gente ahí afuera que quiere ayudar sin esperar nada a cambio.

Jenny tampoco lo creía, lo noté en su rostro. Ambas salimos del muelle con la mandíbula estirada hasta el piso.

Debía regresar dos días después para subirme al barco de carga que zarpaba ese sábado y llegaría al día siguiente a Bahía Solano.

***

                                                         

Siendo el Pacífico el menos pacífico de los mares del planeta, me daba un poco de susto navegarlo. No por la zozobra de un naufragio sino más bien, porque tengo poca tolerancia y no resisto la idea de verme mareada y devolviendo lo que sea que haya comido.

Sin embargo, se me ha metido el tema en la cabeza que quiero dar la vuelta al mundo por tierra y mares. Se ha convertido en una ideología más que en un tema económico. El no querer homogeneizar ningún paisaje, de no perderme de nada, de vivir aventuras y no facilitar nada, de tomarme el tiempo para pensar cómo y por dónde llegaré o cómo haré para unir dos puntos en un mapa.

Estaba a punto de embarcarme junto con cinco franceses, cuatro austriacas, ciento de botellas de gaseosas, jugos, unas cuantas escobas y productos de aseo y miles de enlatados y botellas de cerveza.

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Después de las cuatro horas de espera, de un desorden tipo Macondo para subir al barco y de no saber qué camarote correspondía a quién, pude sentarme en el lado estribor del barco, quitarme los zapatos y estirar mis pies para sentir todo el viento en mi cara.

El barco dejaba atrás Buenaventura y va avanzando hacia el horizonte.

El Océano daba la impresión de estar calmado. Se apreciaban maravillosos colores, un horizonte amplio y con nubes cerrando el cielo. Aún se veía a lo lejos, casas de pescadores que contrastaban con hoteles inmensos y centros turísticos y de recreación.

Pasaron pocas horas cuando mi cuerpo empezó a estremecerse poco a poco, sentía que nos movíamos muy rápido a pesar de las seis millas por horas de velocidad. La cabeza empezó a darme vueltas, el estómago danzaba al vaivén del oleaje que cada vez era más y más fuerte. 

Las olas rompían en el casquete del barco y lo hacía mover como una montaña rusa.

Intentaba mirar un punto fijo como me habían recomendado, tanto así, que llegué a encontrarle boca y ojos a un clavo sobre la baranda. A pesar de mi visión alienada, seguía mal. La única pastilla que me había tomado contra el mareo no me hacía efecto.

El trabajo de las olas del Pacífico ya estaba hecho. Mi cuerpo pagaría las consecuencias horas después.

Un Océano claro adornaba el paisaje. Un Océano que empezaba a revolverse, a batirse inconmesurablemente, a pasar de una calma mecida, a una furia contenida como lanzándose a un abismo y lazándose como una fiera.

Así mismo se sentía mi cuerpo, sin más remedio que esperar a que todo se calmara.

El movimiento de las olas se mete en las venas y de repente todo mi cuerpo desea partir. 

El olor a ACPM se pegaba en la ropa y hasta en las palabras. Lo empeoraba todo.

Pasé horas acostada en la misma posición, con el miedo latente de no moverme para no seguir expulsando todo. Con la esperanza de que la noche pasaría rápido y pronto volvería a tocar tierra firme, me quedé dormida.

Atardecer visto desde el barco

Atardecer visto desde el barco

***

Para esta época del año, en estas aguas, es posible apreciar un espectáculo natural hermoso. La ballena Jorobada o Yubarta. Viaja miles de kilómetros desde las frías aguas del Antártico, para tener a sus crías y aparearse en las cálidas aguas del trópico.

Anhelaba verlas.

Esa mañana, mientras mi cuerpo aún intentaba recuperarse, pude apreciar a unas cuantas lanzando su gran peso sobre el agua. Un espectáculo que la naturaleza le niega a las ciudades y solo unos pocos tienen el privilegio de apreciar.

Este viaje fue un sinfín de sensaciones, emociones y descubrimientos. Un me gusta el mar pero odio estar mareada, un quítate que debo ir al baño, un intento caminar pero esto se mueve mucho, un mira un pelícano que me pide comida, un mira este pájaro que está cansado y se metió en la cabina, un me siento mejor pero me quiero bajar.

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Me senté cerca de la proa a observar a los delfines que nadaban junto al barco. El júbilo lo compartí con las cuatro austriacas con quienes hice una hermosa amistad que duraría varias semanas durante el viaje. Ya habían pasado más de 26 horas desde que salimos de Buenaventura y mi desespero aumentó cuando vimos tierra.

Desde el barco veía a los niños saltar en el puerto, a familias bañándose en la bahía, hombres tomando cerveza con vallenato a todo volumen. Estaba a punto de adentrarme a una de las regiones que más anhelaba conocer en Colombia: el Chocó.

Sentí euforia al bajarme del barco. Aún estoy a tempo de retractarme en mi viaje por tierra y mares. Pero a pesar de todo, observé, disfruté, hice nuevas amistades, no fue fácil, pero es lo que más me atrae del viaje. Mientras más difícil, mejor.

¿Deseas conocer mis primeras impresiones sobre el Chocó? No dejes de leer «Impresiones del Chocó desde un tuk-tuk»

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Lina Maestre
Lina Maestre
Soy Lina. Viajera, creadora de contenido, autora y emprendedora. Soy la que escribe, toma fotos y edita este blog. Nací en Colombia y he viajado en solitario y en pareja por más de 40 países. Soy autora del libro El Arte de viajar sola y la creadora de Ellas por el Mundo (una agencia de viajes para mujeres). Acá encontrarás relatos de viajes, consejos y guías de destinos e inspiración para tus viajes. Puedes ver mi día a día a través de Instagram.

2 Comments

  1. Leslie Salcedo dice:

    Me encanta como escribes mujer, tienes la capacidad de transmitir tanto que hasta me sentí acompañandote en esta bella y dificil experiencia! un abrazo!

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