Frontera con Ecuador: el inicio de un sueño | Patoneando Blog de viajes
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Frontera con Ecuador: el inicio de un sueño

Confieso que tenía miedo. Cruzar una frontera siempre me ha causado pavor y éste se las ingenia para que mi mente se invente películas o situaciones imaginarias. Que tal vez miren mi pasaporte, luego mi cara, luego la foto, tecleen en el computador, me miren nuevamente y me digan que «viajo mucho, que una persona como yo jamás va a regresar a su país y que no puedo entrar». O que me detengan en ventanilla por más de media hora mirando mi pasaporte y la pantalla del computador y que yo no sepa qué pasa (ésta situación sí la he vivido varias veces) y el miedo me carcoma lentamente.

 Puede que esté exagerando un poco pero es una sensación inevitable. Cuando me despedí de Daniel, mi anfitrión de Couchsurfing en la ciudad de Ipiales, supe que ya tenía un pie del lado de Colombia y el otro del lado de Ecuador.

El bus me dejó en el puesto de migración de Colombia, donde rápidamente me sellaron el pasaporte y me desearon buen viaje. Desde allí los pasos comenzaron a sentirse más pesados y la emoción me invadía. Mientras cruzaba el puente de Rumichaca para llegar al puesto fronterizo de Ecuador, hago un video del momento. Deseo tomarme una foto pero no tengo a nadie cerca para pedirle el favor.

En ese momento se acerca un hombre delgado vistiendo un overol azul oscuro. En su mano izquierda sostiene un trapo de color rojo y en la otra mano lleva una caja para lustrar zapatos. Al ver mi sonrisa mientras sostengo la cámara con las dos manos, parece leer mis pensamientos.

-No señorita, yo no sé cómo se utiliza eso.

-Le juro que sólo es oprimir este botón. Le respondo entre risas.

-Ahh bueno, ¡Si sólo es oprimir un botón entonces sí!

Tomó la cámara con ambas mano con tal delicadeza como si de un recién nacido se tratara, mientras miraba la pantalla se repetía a sí mismo en voz alta «sólo es apretarrrrr aquiiiiií».

Le agradecí mientras se excusaba por no saber manejar la cámara.

-Quedó muy bien ¡Gracias!

-De nada señorita, tenga usted un buen día, contestó de manera muy formal.

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El resultado de la foto tomada por él…

Mientras hago la fila en migración veo todo el movimiento acreedor de una zona fronteriza. Policías, soldados, autos, hombres vociferando «dólares para cambiar», vendedores ofreciendo comida y hasta selfie sticks para el celular.

Antes de hacer la fila en migración el oficial me pide que deje mis pertenencias en la entrada junto a decenas de otras maletas llenas de sueños, de ilusiones, desilusiones, engaños, encantos, oportunidades, despedidas y quién sabe qué otros sentimientos y sensaciones más. 

Si mi mochila pudiera hablar en ese momento, aseguraría que está llena de sueños (y muchos) y que va con la ilusión y los nervios de hacer un documental en Bolivia sobre la importancia de cuestionar nuestra propia vida, al tiempo que comprueba la hospitalidad de la gente de nuestro continente.

Mientras ella me espera afuera, yo hago la fila y treinta minutos después estoy enfrente de una ventanilla. Una mujer teclea fuertemente con sus uñas largas y transparentes mientras me pregunta por mi ocupación y qué voy a hacer en Ecuador.

Me siento un poco nerviosa pero todo desaparece y aparece a la vez que escucho el -Clack- del sello en mi pasaporte. Me lo devuelve junto con un folleto de seguridad para viajar por Ecuador y me da la bienvenida al país.

Tomo de nuevo mi mochila, me la cuelgo al hombro, grabo otro video y atravieso la avenida para tomar un bus hacia Tulcán.

Ya está. Estoy en Ecuador. Mi primera frontera Latinoamericana, pienso mientras el auto avanza por la carretera y veo el pasaje por la ventanilla.

Al llegar a Tulcán, la primera ciudad fronteriza después de Ipiales, le pido al conductor que me deje en el parque Ayora. Mi idea es visitar el cementerio de la ciudad, famoso por la variedad de figuras moldeadas en ciprés.

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Camino durante horas perdiéndome en el olor a ciprés y las «estatuas» que adornan y embellecen el cementerio donde reposan más de catorce mil personas. Es curioso como un lugar para muertos, está lleno de tanta vida. Cipreses de todos los tamaños son moldeados detalladamente con figuras de todo tipo, desde rostros humanos hasta animales.

Me perdí durante varias horas admirando esta obra; y aunque me sentía cansada por tener mi mochila al hombro, estaba feliz. Hombres con cámaras fotográficas colgando en sus cuellos se acercan mientras me muestran una foto grande de dos señoras abrazadas en frente de un gran ciprés. Me dice que «se toma la fotico a precio baratico» -así, utilizando diminutivos-.

Mientras disparo con mi cámara, un hombre me pide el favor que le saque una fotografía con su celular. El posa, yo presiono la pantalla cuatro veces. Le pido el mismo favor, ésta vez con mi cámara. Yo poso, el dispara el obturador tres veces.

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Al escuchar mi acento me pregunta de donde vengo. Él me dice que es de Guayaquil. Nunca entendí por qué estaba en estos lados ni que hacía en Tulcán, pero hablamos durante varios minutos, más que todo de política. Ambos llegamos a la conclusión que cada país tiene su manzana podrida.

Salimos del cementerio hablando de los platos típicos de Colombia y de Ecuador, me ayuda a diferenciar las monedas, y una calle después me da las indicaciones para tomar el bus hacia el terminal. Me despido estirándole la mano y nos deseamos buen viaje. Nunca supo mi nombre ni yo el de él.

El bus desde Tulcán hacia Otavalo fue toda una odisea. Decenas de vendedores ambulantes se subían cada cuanto, incluso varios al mismo tiempo y el que primero se abalanzara sobre el otro, tendría más oportunidad de conseguir clientes.

Vociferaban la venta de varios productos. Desde maní, sandías, mangos, fritada, pollito, salchipapa, arrocito con pollo, agua, juguitos, pomadas y cremas a base de quién sabe qué, pero que rejuvenecían la piel, limpiaban los poros, hacían no sé qué en el cabello y limpiaban hasta el alma.

Otra señora anunció con voz pasiva y algo desesperante, que tenía cáncer, era madre de hogar y no tenía dónde pasar la noche. Y que por favor señores, ayúdenme señores, no tengo a dónde ir señores, y cualquier ayudita señores, es de gran ayuda señores, porque no tengo dónde dormir esta noche señores y tampoco qué comer señores. La damita por aquí me quiere ayudar, el señor por allá, y usted dama…

Viajar en estos buses me gusta porque se vive todo el contraste de un pueblo, se conoce la vida local y el manifiesto de supervivencia de una localidad. 

frontera con Ecuador-Volcan Imbabura-Patoneando-blog-de-viajes-3.jpg

Cuatro horas después estaba pasando Otavalo donde me recibiría una señora que contacté a través de Couchsurfing. Aunque llovía copiosamente, no dejaba de admirar el paisaje que tenía enfrente. Durante dos días me hospedé en cabañas en frente del lago San Pablo, con el volcán Imbabura de testigo. 

Me dirijo hacia Bolivia por tierra desde Colombia, para hacer un documental y al pisar Ecuador por primera vez, siento que estoy más cerca de mi cometido. Aunque no tendré el tiempo suficiente para visitarlo a la velocidad que me gusta, no puedo dejar de admirar su belleza y sus contrastes.


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Lina Maestre
Lina Maestre
Soy Lina. Viajera, creadora de contenido, autora y emprendedora. Soy la que escribe, toma fotos y edita este blog. Nací en Colombia y he viajado en solitario y en pareja por más de 40 países. Soy autora del libro El Arte de viajar sola y la creadora de Ellas por el Mundo (una agencia de viajes para mujeres). Acá encontrarás relatos de viajes, consejos y guías de destinos e inspiración para tus viajes. Puedes ver mi día a día a través de Instagram.

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